Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza a Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura;y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura, si no se ejercita ahora en esta alabanza.
Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.
Por razón de estos dos tiempos - uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones, de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas - , se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos.
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